El 20 de junio de 1820, fallecía en la Ciudad de Buenos Aires, Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano. Había nacido cincuenta años antes, el 3 de junio de 1770.
Manuel Belgrano logró, con su espíritu y decisión que la insignia que hizo juramentar en las barrancas del Paraná, fuera nuestra bandera. Y a pesar de encontrarse al frente del Ejército del Norte, no fue menor su protagonismo en la Asamblea General Constituyente de 1813 y más tarde en el Congreso de Tucumán. Su nombre está ligado a la gesta de nuestra Independencia.
Hoy, 20 de junio, lo recordamos especialmente por la creación de un símbolo patrio: nuestra bandera nacional, que nos permite reconocernos como parte de un proyecto colectivo nacional.
Los orígenes de este símbolo patrio, que flamea a lo largo y ancho de todo el territorio nacional, parte fundamental de nuestra identidad, se remonta a su pasado como insignia militar.
“En los primeros años de revolución, en el campo de batalla los uniformes solo los usaban quienes los podían pagar, por lo que la mayor parte de la tropa vestía de civil. Se hacía necesario, entonces, obtener una insignia distintiva para las tropas en lucha”, explica Julio Djenderedjian, investigador independiente del CONICET en el Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” (Instituto “Dr. E. Ravignani”, CONICET-UBA).
El investigador destaca que en el centro de lo que fue, en esencia, una lucha civil entre los llamados patriotas y realistas, la bandera nació como una forma de superar los localismos e identificarse: “Cuando se evocaba a la patria en esa época se pensaba en el concepto antiguo, es decir el lugar de nacimiento. La cuestión era superar la dimensión local de las milicias y contar con un ejército profesional, capaz de actuar en cualquier lugar”.